martes, 31 de diciembre de 2013

¡Se acabó!

Bueno amig@s, llegó el día; siempre llega.

Estamos a unas horas de cerrar un ciclo que ha durado 365 días y empezar otro, y me apetece compartir con vosotros un poquito de mí.
A mí, particularmente, me gusta hacer un recuento de todo lo vivido en estos días que formaron el año. Intento ser honesta conmigo misma y valorar tanto lo bueno como lo "malo". Soy de las que piensa que "todo sirve para crecer" y "nada pasa por que si".
Si echo la vista hacia atrás, recuerdo que empecé el año con muy buen pie. Una persona muy especial volvió a mi vida después de unos años de silencio y, para mí, ya estaba empezando el año bastante bien. El año continuó regalándome un amanecer con cada nuevo día ante mis ojos, y no todo lo que me acompañó resultó, especialmente, "bueno". No me quejo ¡ojo!...podría haber sido peor.
La verdad es que muchas cosas de mi vida se han quedado como están. Otras han mejorado. Unas pocas han desaparecido.
Soy optimista y me quedo con lo bueno...ah, todos diréis: "Claro, pero se engaña". No, no me engaño. Me quedo con lo bueno porque es lo que me ayuda a seguir con la sonrisa en mi rostro cada día. Las cosas que no han cambiado, pues será porque yo no quiero ¿no? Bien sabido es, que cuando algo no te gusta, sólo tú puedes cambiarlo. Bueno... a ver el 2014 si me inspira,jeje.
Las cosas que han desaparecido: pasaron por mi vida para enseñarme algo. Si sufrí, lo superé; si lloré, me desahogué; si me tiraron al suelo, me levanté; si me hirieron, me curé. Cuando ya no quedaba más por aprender, desaparecí de esa escena...o más bien, la escena se esfumó de mi teatro.
Después de mirar atrás, miro hacia adelante con las energías renovadas. Inicio un nuevo ciclo con una actitud similar a la de cada año, pero hoy hay una diferencia: quiero cambiar. No espero que el 2014 me traiga "cosas buenas" porque YO las buscaré, las encontraré y las compartiré.

En menos de dos meses, desde que este blog nació, vuestra ayuda me ha hecho más fácil el camino. Más de 800 visitas, más de 120 lecturas, más de 70 "MeGusta"...en serio, estoy enormemente agradecida.
Muchas son las personas que se dirigen a mí de manera privada para transmitirme lo mucho que les gusta mi novela. Gracias +Marcela Claudia Sanz. Gracias +Rollo Bollo Galicia. Gracias +Anna Nicole. Gracias +Esther Sv Serrano. Gracias a todos y todas.(no os puedo nombrar a todos)
A los que me pedís que publique YA la última parte de "De lo Inerte Nace la Vida", deciros que pronto lo haré. LO PROMETO.
El próximo año os brindaré con una nueva historia que ya estoy preparando para un concurso. Otra la tengo por terminar. Y una, que está aún en mis pensamientos, os aseguro que os va a dejar bastante... ¿cómo podría decirlo...? Bueno, dejémoslo en que os hará estremeceros, pasar calor y, ¿por qué no?, acelerar vuestra respiración. Ya os he contado demasiado.
Desearos a todos una feliz entrada de año y, sobretodo, no os resistáis al cambio. Dejaros llevar...y SER FELICES!!

****Merxe S. de la Vega

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Adiós 2013...

El año va llegando a su fin y la historia entre Emma&Nat...¿también? ...pronto lo sabréis, lo prometo. 
Creo que aun es pronto para colgar la 7ª y última parte de "De lo Inerte Nace la Vida", pues se que much@s de vosotros aun lleva retrasadilla la lectura por falta de tiempo, exámenes, etc. 

Quería aprovechar esta entrada, para agradeceros a tod@s los que estáis al otro lado de la pantalla leyendo esto. Gracias a vuestro apoyo, las visitas a mi blog han subido a gran velocidad, teniendo en cuenta lo poquito que lleva colgado y la falta de recursos para promocionarlo más de lo que ya lo hago y hacéis. Sois much@s los que os dirigís a mí para halagar mi trabajo y ofreceros en ayudarme a que "De lo Inerte Nace la Vida" llegue a más personas. De veras que no sabéis cuánto me llena todo este calor virtual que me hacéis llegar. 

Llevo días planteándome si cabría la posibilidad que Nat o Emma, o ambas a la vez, regresasen próximamente en una segunda parte de la novela; y creo que lo sabré cuando muchos de vosotros lo vayáis terminando y me deis vuestra opinión más sincera. Lo dejo en el aire.

También aprovecho para desearos a tod@s unas felices fiestas o vacaciones(para los que no creáis en la Navidad tal y como la venden). Pasad una feliz salida de año y a coger con ganas el 2014...que, seguro, dará mucho de qué hablar.

Besos a todos mis bloger@s!!!

sábado, 14 de diciembre de 2013

Seguimos con Emma&Nat???

Venga, que ya va quedando menos para que se acabe el año...y a este romance le va quedando menos para saber qué pasará entre ellas... si quieres saberlo, aquí dejo el enlace a la Parte6 de "De lo Inerte Nace la Vida".
Gracias a tod@s!!!

De lo Inerte Nace la Vida Parte6

sábado, 7 de diciembre de 2013

¿Enganchad@s a Emma&Nat?

Feliz puente a tod@s!! Aquí tenéis la Parte5 de "DINV"....disfrutad y no os desesperéis con estas dos chicas que nos traen de cabeza...pronto sabréis si Emma esconde algo, si finalmente la acompañará en su viaje de trabajo... y ya no os digo más que me pilláis!!
Gracias a tod@s por engancharos...jeje.

De lo Inerte Nace la Vida Parte5


domingo, 1 de diciembre de 2013

"Una cosilla que se me viene a la mente...ejem"

¡Hola a tod@s!
Espero que llevéis bien el finde...yo aquí, trabajando un poquito,jeje.
Os quería comentar un detallito: agradezco muchísimo vuestras visitas, votos, halagos, mensajes privados, etc, GRACIAS. Pero os agradecería muchísimo que cuando entréis en el blog: me sigáis, me compartáis, me dejéis los comentarios en el blog en vez de por privado...en fin, que se note que habéis pasado por él..jeje..quiero que dejéis huella! ; D

Gracias de nuevoooo...hasta prontooo!!!

sábado, 30 de noviembre de 2013

Empezamos Diciembre...

Se acaba un mes y, lógicamente, empieza otro: Diciembre. Es el último mes de este año 2013. Unos lo reciben como un mes "cuesta arriba"...otros desean que llegue por diferentes motivos; navidad, vacaciones,acaba un año muuuuy largo. Pero lo que sí es seguro es que es la recta final de un año cargado de muchas experiencias, sensaciones y recuerdos que todos usaremos para cerrar una página.

¿Qué mejor manera que empezar un nuevo mes con una nueva parte de "De lo Inerte Nace la Vida"?

Gracias a tod@s!
De lo Inerte Nace la Vida Parte4

lunes, 25 de noviembre de 2013

Empezamos la semana con una nueva parte de "De lo Inerte Nace la Vida"

Bueno familia, espero que lo que llevamos de historia os esté gustando y queráis más...porque aquí os dejo el enlace para leer online la Parte3.

Gracias tod@s por vuestro interés!!

De lo Inerte Nace la Vida Parte3

jueves, 21 de noviembre de 2013

¡¡¡Vamos que nos vamooooss!!!

Como me ha dicho un pajarito que este fin de semana se presenta algo pasadito por agua y no precisamente cálido, he pensado que sería una buena idea pasar un ratito de lectura. ¿A quién no le encanta leer mientras el único sonido que te acompaña es el de un manto de agua tras de la ventana?
Pues no se hable más... aquí os dejo la 2ª Parte de "De lo Inerte Nace la Vida".
Espero que lo disfrutéis.
¡Buen fin de semana familia!

De lo Inerte Nace la Vida Parte 2

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Lo prometido es deuda

Como os prometí ayer, aquí tenéis el enlace para leer online la 1ªParte de "De lo Inerte Nace la Vida". Espero que lo disfrutéis.

martes, 19 de noviembre de 2013

De lo Inerte Nace la Vida

Como aún no puedo brindaros la oportunidad de que podáis leer las partes de la novela que iré publicando on line, pues aquí os dejo la 1ª parte de " De lo Inerte Nace la Vida". 
Gracias y perdonad las molestias. Ahí va....

 "¿Llevas tacones?-le dije con esos ojos picarones y esa mirada chispeante que más tarde entendería...-. Si quieres, voy y me los quito-me contestó con aires de grandeza; sin darse cuenta, que ya estaba coqueteando conmigo".



La tarde estaba apacible. Una temperatura idónea que invitaba a pasear por esas calles vacías, exentas de la humanidad que la altera sin apreciar su silencio, sin valorar cada rayo de luz que sus grosos y centenarios cipreses permitían escapar entre sus hojas.  Por qué no,  la tarde era digna de dejarse envolver con sus largos  y vastos paisajes, sus casas empedradas, como si de refugios se tratase.
La verdad es que Hastell presumía de ser uno de esos escondites donde amantes desvocados dejaban ver su pasión, a veces amor, sin disimulo alguno.  Un lugar lleno de magia, discreto en su arquitectura pero descarado en su vegetación. Interminables prados de alfalfa, se unían con el cielo para regalar a sus enamorados visitantes las puestas de sol más conmovedoras,  jamás plasmadas por pintor alguno en su lienzo.  Tan sólo con una cámara de altura podría uno llevarse a casa un trocito de aquel paraíso.

Nunca olvidaré aquellas vacaciones que se prolongaron hasta bien entrado octubre. En aquella tarde de otoño  y nostalgia, unas hojas, ya inertes, revoloteaban al compás del viento girando sin parar, simulando  una bandada de pájaros bailando jovialmente. Jamás pude imaginar que aquel espectáculo de danza tan pintoresco pudiese alzarme con el primer premio del Certamen de Fotografía " Full-Picture" de San  Pits.

Premio, que traería consigo la desgracia familiar jamás contada en  los Goibs.


Llamaron a la puerta.
-¿Quién es?
-Señorita, su padre ha llamado. Su vuelo ha sido cancelado y no le aseguran poder volar esta misma noche.

Al fin y al cabo, ya estaba acostumbrada a la tan esperada ausencia de mi padre y, como era de esperar, para mi resultaba todo un placer dejarme llevar  por uno de los rincones que cada año Hastell reservaba para mí; haciendo de cada verano una estampa diferente.
No sé si era yo la que en cada paseo arrastraba sentimientos de distinta índole y eso me inspiraba una visión un tanto particular y diseñada a mi antojo, o que, verdaderamente, esos paisajes variaban  como si de un bosque encantado se tratase y unos enanitos dulces y entregados trabajasen para sorprender cada año a sus más fieles  visitantes.

 -Gracias Fede.
-¿Desea alguna cosa más, señorita?
-No, gracias...-le contesté algo desganada-no prepare cena, hoy saldré, añadí antes de dejarlo marchar.

Federico era como un ángel pero sin alas. Un regalo del cielo que en las navidades de mi octavo cumpleaños se dejó caer en nuestras vidas; como por capricho del destino. De procedencia agreste, persona culta y de buen agrado, nada que envidiar a los de mi clase; sin decoros ni artificios. Limpio, puro, humilde, dado a los demás, haciendo de cada problema ajeno, como el  suyo propio.

Aún recuerdo el día que me lo presentaron como nuestro nuevo ayudante; así gustaba mi madre llamarlo. Nunca como lo que realmente era: un mayordomo en toda regla. Yo me encontraba en mi habitación, como cualquier tarde de invierno donde la nieve y la apresuración del sol en marcharse impedían hacer vida en la calle; y menos a una mocosa de tan sólo ocho añitos. Podía pasar horas y horas "creando". Así lo llamaba yo.
-Mamá, ¿puedo ir a mi habitación a crear?
Mi madre, que ya sabía lo que le esperaría después, sonreía dulcemente y asentía con un gesto casi a cámara lenta.-No sin antes darme un beso, cielo-me decía alzando ambos brazos y requiriendo los míos. Siempre tan comprensiva, tan entusiasta ante todo lo que su pequeña hacía o decía.
Me hicieron llamar para acudir a su presentación. Como siempre, osé  aparecer tal cual me encontraba, con la ropa desaliñada, decorada como un collage, impregnada de manotazos de barro y pintura. Detalle que a mi padre resultó inapropiado.
-Buenas tardes señorita. Está usted encantadora con ese look.
Federico se dirigió a mí con un carisma especial; lo hizo guiñándome un ojo  a la vez que se inclinaba sobre mi silueta, minúscula a su lado, a modo de saludo cordial y servicial.
-Gracias señor. Mi nombre es Natalie,-y acercándome un poco a él, le susurré-:pero me gusta más Nat.
-Muy bien, Nat. Pues encantado-musitó reverencial.
Acto seguido, se alejaba dejando escapar una leve y tímida sonrisa tras su delineado y oscuro bigote.
Ahí supe que, Fede, como acabé llamándolo meses más tarde debido a mi impulsiva manía de acortar los nombres como fuese, sería un buen amigo con el que contar en la vida. A día de hoy, no me importa reconocer que me conoce más y mejor que mi propio padre.


Aquella tarde libre, aparentemente inesperada, me decidí a fundir mi cámara fotográfica como si mi vida dependiese de ello. Gracias a mi agraciada cuenta bancaria, proveniente de la generosidad anual que mi padre depositaba por cada cumpleaños, tuve la ventaja de invertir parte de esos ahorros en una Nikon D300; algo ostentosa para dar mis primeros pasitos, pero una buena pieza que me permitía dejar volar mi imaginación y desbocada creatividad. Todo ello acompañado de resultados ligeros y profesionales.
Hastell estaba a mi disposición enteramente y no podía desperdiciar su bosque más emblemático, situado en la zona este de la ciudad.
Allí, los viernes solían ir a pasear los residentes con sus perros; dejarlos correr en libertad y revivir así su descendencia lobuna y salvaje. Chicos y chicas, subidos a sus bicicletas, subían y bajaban por ese basto puente de madera que les permitía cruzar,  una y otra vez, su gran lago. El Lago de Lis, dibujado con verdes azulados; ostentoso, irreal, casi marino. Abrazado por una inmensa estampa de una variedad infinita de árboles centenarios que susurraban al viento ser amantes.
Esos chavales en bicicleta me ayudaban a soñar. Sentía el aire en mi rostro, mi adrenalina, mi fuego interior, mi sueño, mi miedo, mi libertad....todo mecido vagamente por mi memoria.

“¿Por qué nadie respeta mi libertad? ¿Acaso soy yo la primera que no lo hace?“
Tal vez, debía de plantearme una vez más la posibilidad de buscar una solución a aquella burbuja de vida que yo misma me había montado. Esa urna aterciopelada, pero con largas púas, que me impedía moverme con normalidad y disfrutar de su tacto sedoso y virgen, que tan sólo un verano logré saborear con la ayuda de Doia.

Anduve durante un par de horas siguiendo mis pasos. Uno detrás de otro. Dejándome fascinar  por el sonido del viento bailando con los árboles; una orquesta improvisada de flautas y violines seduciendo mis sentidos. Las golondrinas alborotaban alrededor del lago, dejándose caer en picado  hasta tocar el agua para volver a subir, más rápido si cabía, como si de una poción mágica sacada de los cuentos se tratasen sus  preciados sorbos.
El verano se iba despidiendo, y el brillo del paisaje empezaba a ser más  y más suave. El rayo de luz lanzado desde la lejanía, dejaba una triste huella sobre mi rostro; apocada y cálida hasta alumbrar cada poro de mi piel.
Me detuve en aquel rincón tan inhóspito para algunos y, a su vez, tan familiar en mis recuerdos. Para mí, se trataba de un lugar mágico, un rincón sagrado. Era digno de ser observado detenidamente y así lo hacía cada vez que me sumergía en él; empujada por una lluvia de recuerdos que luchaban por aferrarse a cada inhalación de mi boca.
Un entorno húmedo marcado por una densa e inevitable sombra; un techo que oscurecía mi existencia cubriéndolo del verde de su insistente vegetación. Arropada por un manto de musgo que brotaba de las rocas como si naciese dentro de ellas. Los árboles, parecían tocar el cielo ayudados por un enorme tronco, con sus recovecos y sus añosos surcos que invitaban a fantasear con una vida de gnomo en su interior; una entrada a un mundo paralelo jamás descubierto.
Me gustaba ir allí y revivir mi libertad. Lograba caer en picado bajo el rosado de mis párpados. Cerrar los ojos y cubrirlos de mí, sin miedo a nada, sin miedo a ella.
Siempre, dejándome impresionar por las mariposas que merodeaban con descaro, provocando ser miradas. Qué fácil se veía desde mi objetivo, espiritual y profesional, eso de la metamorfosis. Naces oruga, rugosa y torpona, para construir una crisálida, un refugio donde dormir; mutar para sobrevivir sin saber que al despertar lo harás en un mundo diferente. Un mundo que podrás observar desde el aire en vez desde el suelo.
Cada vez que visitaba ese lugar acostumbraba seguir mi ritual. Observar el entorno lentamente como si me costase girar la cabeza rápido, como si el tiempo se ralentizase y nada hubiese qué hacer contra las leyes que allí regían.
La caricia del musgo, ese tacto mullido y fresco, agasajando la dureza de la yema de mis dedos; aún conservaban esa humedad que la noche otorga sin pedir nada a cambio.
Cuando ya paso a formar parte del decorado, me dejo caer sobre la inmensidad de raíces de ese Ficus milenario, dispuesto a abrazarme como un padre a su hijo, reposando sobre sus rodillas al final del día. Entonces ya nada importaba, ya nada podía afectarme. El tiempo se paraba para mí y el pasado se apoderaba de mi mente pidiendo a gritos una detallada memoria .

Todo volvía hacia atrás.


-Cariño, ¿me amarás siempre?-me decía enroscada entre mis brazos  mientras yo la acariciaba con todo el amor que unos dedos rudos y seguros podían llegar a hacer.
-Te amaba antes de conocerte, mi vida-le susurré besando su sien mientras dejaba que el silencio nos envolviese.


Visitar aquel escenario cargado de episodios, no sólo me recordaba lo feliz que había sido en él sino lo desolada y vacía que puede llegar a sentirse una persona cuando sentimientos negativos, como el desamor o la traición, tocaban su presente. Una burda manera que tiene la vida de entregarnos las variopintas lecciones que ella guarda para nosotros desde el momento que eres un zigoto.
Curiosa contradicción ésta que me hacía sentir: nostalgia y dolor. ¿Nostalgia de qué?, de lo que acabó siendo la herida más profunda de mi alma; la llaga que ardía en mi interior cada vez que su nombre rozaba mis labios. De qué me servía recordar una historia que no tuvo un final feliz. Todos los recuerdos dulces acababan dejándome un agrio sabor en los labios, todos. Tras un episodio contaminado de caricias, venía el azote de su ira, de sus demonios.

¡No me lo podía creer! Tras una yedra, posesiva y acaparadora, asomaba una mantis religiosa. El ser más formidable y espontáneo, a mi sano juicio, que embellece nuestro mundo animal. Invertebrado con cabeza de ser extraterrestre y cuerpo de insecto palo que me enloquecía. No podía evitar quedar maravillada cada vez que uno de esos seres me brindaba con su compañía. Se detiene en seco, deja balancear su abdomen sobre sus largas y plegadas patitas con un vaivén casi imperceptible, gira su cabeza y te observa; te mira fijamente atenta a cualquier movimiento en falso con el que la puedas sorprender, y ahí se queda. Ante ti, ante tu cara atónita de placer y curiosidad.

-De lo inerte nace la vida.

Una voz dulce y pausada, salía  tras de mí causándome un gran susto; andaba tan metida en mi mundo de fantasías, que la única voz que podría oír en esos momentos debía ser la de un trol.

-Vaya, que susto me has dado.

Mi ser se agitó, de incomodidad o de fascinación; ahí no lo supe calificar como lo haría horas después.
Era la belleza más inimaginable jamás soñada que alguien se osaba a concebir. Una musa que resurgía de entre una cortina de helechos; desde el paraíso o desde las tinieblas. Caminaba con sigilo hacia mí, como con miedo a romper la hojarasca que distraía su paso.

-Perdona, no era mi intención asustarte.

Por un instante, hubiese jurado que aquella voz era el vivo recuerdo de Doia. Ya pudieran pasar tres años más, que esa  entonación viva y espontánea con la que solía dirigirse a mí, junto a su verdad hecha poesía, sería reconocida por mi fino oído de inmediato. Pero no. No era Doia. Tan sólo era una extraña que irrumpía en mi silencio, haciéndome caer presa de un vago recuerdo turbado y obsesivo; astillas lanzadas contra mí desde mi propia oscuridad.

¿Quién era ella? ¿Qué querría? ¿Acaso me había seguido? Mi escondite no estaba a vista de todos y, por suerte para mí, eran pocos los aventureros que lo conocían. Solía ir mucho a ese lugar  y nunca antes la había visto. Si lo hubiese hecho, jamás hubiera podido olvidarla. Era hermosa hasta la saciedad; unos rasgos discretos pero  fervientes de pasión, o tal vez, eso era lo que provocaba en mí sin control alguno. Una mirada intensa, acaparadora, con iris bañados en chocolate caliente que te invitaban a lamerlos.

-No pasa nada-susurré.

Un frío e incómodo silencio amenazaba con separarnos de dimensión. Mi tono estaba resultando algo siniestro y nada comunicador con la invitada.
-Decía, que de lo inerte nace la vida... ¿Qué opinas?
-Ah, si bueno, no sé…-no entendía muy bien la pregunta, pero apuré mi educación-tal vez si pensamos que de lo oscuro proviene la luz... y de lo feo lo bello....puede ser, y tú,¿qué opinas?
Mis explicaciones venían desde el raciocinio sin expresión. Toda mi atención era acaparada por cada gesto que realizaba ante mí. Era todo un espectáculo  ver como se recogía su basta melena con un tacto exquisito, apartándolo de su espalda y dejando al descubierto la piel más fina y delicada que mis manos pudieran acariciar.
“Pero qué estoy diciendo. Aun no sé ni cómo se llama y ya fantaseo con acariciar su cuerpo como si de mi amada se tratase“-pensé obnubilada-. “Vas un poco rápido, ¿no crees Nat?. Además, ¿qué te da por entendido que esta fantasía aparecida de mis pensamientos más secretos y soñados, esté a tu alcance?”, añadió esa voz interior que se empeñaba en contener mis deseos.

-Pues opino que va a empezar a llover de un momento a otro, y si no nos damos prisa nos mojaremos con las primeras lluvias que avecinan el fin del verano.

No había contestado a mi pregunta, pero me daba igual. Me estaba dejando deleitar ante una completa desconocida que tan sólo pasearía por aquí sin rumbo alguno, y sin quererlo, tropezó conmigo; dejando que el azar dominase su destino. Así lo imaginé, así prefería que fuese.

-¿Ves?, te lo advertí,. Está empezando a chispear y como no aligeremos el paso esa cámara se quedará algo dañada.
-Pero… llevas tacones, exclamé alarmada por el costoso recorrido de vuelta que nos esperaba.
-Si quieres, voy y me los quito-exclamó divertida.
Me hablaba siempre con una sonrisa azucarada en la boca. Con una mirada cómplice que me hacía sentir ese fuego en mi interior, esa llama de la que, hasta justo el momento antes de conocer a aquella chica misteriosa, Doia era dueña. Una boca nada pequeña, sensual y anacarada,  combinada a la perfección con esos ojos oscuros y perfilados que la hacían prescindir de lápiz de ojos. Labios que debían ser besados por alguien que la esperaba al otro lado del pinar.

Al verme cubierta de gotas diminutas, mi mente volvía a uno de sus rincones más ocultos. Doia, solía correr bajo la lluvia siempre que encartaba. Decía que la lluvia era vida, eran sentimientos y era la que calmaba su sed. Fue ella quién me reveló aquel escondite del que me sentía prisionera cada verano. Allí, me enseño que mi libertad dependía de mí y de nadie más.
Como si de un juego cruel del destino se tratase, me encontraba, como tantas tardes de soledad, en el rincón dónde nos habíamos jurado amor eterno, conociendo a  aquella mujer que hacía que el tiempo se parase; y no sólo eso, sino que me hacía recordar a Doia y, a la vez,  conseguía que olvidase que ella era la dueña de mi deseo.

Viendo que no me movía ni cambiaba la expresión de mi rostro, como si hubiese visto un fantasma, me cogió del brazo tenaz y me animó a dar una carrera entre los robustos pinos, acortando así el trayecto de regreso por un atajo del que parecía estar muy segura.

-¡Vamos niña, que nos pondremos como sopas!-gritó.
Corrimos impulsadas por eternas zancadas embriagadas de frenesí, sorteando cada pedrusco que nos ofrecía aquella variante de cabras, mientras las gotas de lluvia caían cada vez más pesadas.
Por un momento, me vi corriendo de su mano y no pude evitar ver a Doia en la extensión de mi delgado brazo. Aquella tarde de agosto cuando el cielo rompía a llorar, y nos disponíamos a degustar unos de los mejores vinos procedentes de la cosecha de su familia. Unos sándwiches y unas aceitunas debían de ser los acompañantes de ese zumo de uva tan exquisito y de soberbio equilibrio, pero la lluvia decidió mandarnos a casa antes de, ni tan siquiera, brindar por nuestro amor; como tantas otras veces. Una acertada estampida bajo esas gotas tan preciadas para ella, resultó ser la escusa que nos ofrecía una espectacular carrera cogidas de la mano, que siempre recordaré como un baño de lágrimas lanzadas por un cielo expectante.

Tras varios minutos arrastrada por el novedoso aroma de esa desconocida, llegamos a la avenida principal que unía la naturaleza con lo urbano; nada que ver con el paisaje anterior. Grandes láminas de asfalto estriaban el paisaje sin remedio.

-Cojamos un taxi, taaaxiiii-gritó alzando las manos.

No sé qué  le hizo pensar que podíamos vivir cerca. Al menos podría haber preguntado si me venía bien coger un taxi, o si venía en coche, pensé inevitablemente malhumorada.
Creo que daba demasiada importancia a lo que hacía o decía; o tal vez no la suficiente.
“Sólo ha llamado a un taxi para que nos lleve a cada una a su casa, no merece que la juzgues de nada Nat“, medité resignada con mi yo interior y desconfiado. “Además, gracias a su sabia e ingeniosa decisión estás a salvo de la lluvia, ¿no?”. Mi conciencia opinaba con grandes dotes de tolerancia, haciendo callar mis burdos pensamientos.

-Llévenos al "Café Rush", por favor-exclamó bulliciosa.

Otra vez lo estaba haciendo.-“Pero, ¿por qué tiene, esta chica, la manía de decidir sin preguntar?”-cavilé. El  Rush quedaba justo al otro lado de la ciudad, es decir, al otro lado de mi casa. ¿Por qué lo hacía? No estaba dispuesta a seguir sus decisiones e ideé la manera de comunicarle que yo no me bajaría allí.
Como si hubiese escuchado mis pensamientos, llenos de rabia y desconcierto, volvió la cabeza bruscamente y, con una de esas maravillosas sonrisas a las que acabaría enganchándome, se disculpó anticipada a mi opinión. Eludió mi obstinada mirada, acompañada del fruncido de mi rostro, y resolvió con una apuesta invitación a terminar aquella conversación congelada debido a la lluvia.
Una vez más, ese silencio que aseguraba separarnos fue abatido por la espontaneidad y dulzura que la caracterizaría más tarde; cuando se dejase conocer.
Esta vez, no sólo me lo dijo con una de esas miradas traviesas y llenas de misterio, que nada hacía que te pudieras negar, sino que se dejó llevar por la emoción, supuse, de la carrera bajo la lluvia y me acarició fugazmente el muslo, como si golpease el lomo de una  yegua dócil.
“Nat, creo que estas un poco faltita”, resonó en mi cabeza rememorando a mi tan querida amiga Sara. Mi gran hermana, limpia y clara como el agua de manantial. Siempre tan acertada con sus graciosos juicios. Ésas serían sus palabras si le contase todo esto, pensé finalmente.
“Pero, ¿qué me pasa?. Parezco una gata en celo que se va arrastrando, sin sentido, por el frío e inerte suelo del mundo hasta que ese desborde de pasión y necesidad innata sea consumado“, medité avergonzada. “¡Basta ya!; sólo te golpea la pierna como lo hace un chicote incapaz de controlar sus impulsivos golpes de cariño“, acaté entre nerviosas miradas carentes de explicaciones.

Con esa carita y esa simpatía sana y cordial, no pude negarme. ¿Acaso me esperaba un plan mejor?

-Ah, no te preocupes. Tenía pensado pasarme por el Rush esta noche. Así que no podías haber estado más acertada-Le mentí con una naturalidad tan pasmosa, que incluso yo misma me sorprendí.

El taxista empezó una conversación típica de un preso de un tremendo aburrimiento, ocasionado por su humilde labor; y así comenzó mi salvaje expedición por su figura. Mientras preguntaba a esta diosa del misterio si éramos turistas, no pude contener mis instintos más irracionales. Absorta por completo de la conversación que ambos mantenían, mis ojos recorrieron cada detalle, cada gesto, cada rasgo.
No era una chica femenina en vestuario; al menos no lo había sido para ir a pasear al pinar aquella tarde. Se podría decir que llevaba un look  motero. Unos jeans bien ajustaditos junto a una chupa de cuero negra, eran los complementos que la hacían única y exclusiva; al menos para mí. Preferí pensar así, en vez de buscar una excusa para soñar con que cabía una posibilidad entre un millón de que fuese lesbiana. Se movía con gestos rudos pero muy sexys. Delicada y grotesca; no sé, pero resultaba ser una combinación rara y excitante. Como una exquisita mezcla de lo dulce con lo salado, en su punto.
Sus zapatos, ese detalle nunca lo olvidaré.
A pesar de su aspecto desaliñado, dueño de una pasión loca por cabalgar una buena cilindrada, calzaba algo parecido a unos tacones. Unas botas camperas, con un acabado puntiagudo y seductor, al más puro estilo del lejano oeste pero sin sacrificio reptiliano ni nada que se le pareciese.
Esa faceta fetichista que me caracterizaba rozaba la locura del gusto, pero a veces me resultaba extraño, algo difícil de encajar. Supongo que ese rechazo inconsciente tendría cierta relación con la educación tan puritana y sofisticada con la que había crecido; con la que había luchado.

Entre tanto pensamiento oscuro y seductor que me acaparaba, pude alcanzar a oír como comentaba al taxista que estaba de vacaciones  y que hacia unos días que había llegado con unos amigos. Se alojaban en el Hotel Krijs, situado al sur de la ciudad.

Conocía bastante bien ese hotel. Era el motivo por el cual, Hastell, había sido mi destino de vacaciones desde que cumplí los doce años.
Mi padre se encontraba en el punto de mira en su labor profesional y no paraba de rodearse de inversores e inversiones que lo movían por todo el mundo; de aquí para allá, sin familia, sin noción del paso de los días. Su expansión resultó abrumadora. No había paraíso en el mundo donde los complejos hoteleros Krijs no fueran conocidos.
Era el verano del 1993. Todo apuntaba a quedarnos sin vacaciones por primera vez en mi corta vida. Mi padre acababa de cerrar uno de sus mejores proyectos con la firma del inversor más conocido en aquel momento, el señor Doolso. Prestigioso financiero afincado en la capital de los negocios por excelencia. Ambicioso y perseverante, personaje consolidado en su ciudad natal, que decidió asociarse con mi padre para construir el hotel más elegante que se preciase hasta el momento, y sin salirse de su exclusiva línea. En un lugar rebosante de tranquilidad y de cebo fácilmente engatusador. Enfocado para aquellos turistas que, cansados del estrés de una vida de ciudad, con exhaustivos horarios y desagradables sonidos, soñaban un lugar con todo lo inimaginable, donde el lujo y el placer irían de la mano. Donde los problemas no existían y la felicidad debía ser un derecho y no un privilegio.
Puesto que mi madre no estaba en sus mejores momentos tras dos años de quimioterapia, mi padre sentía la necesidad imperiosa de entregarse a su mujer, aunque sólo fuesen tres meses de doce que forman un año. Ella se conformaba con eso. Querría más, seguro, pero jamás lo expresaba.
Desde un punto de vista espiritual, con los años  acaté que, tal vez, ese debía ser el motivo de su cáncer, que como toda enfermedad somatizaba sentimientos que no eran sanamente saciados en la vida terrenal; <Hay que hablar con el cuerpo>, repetía mi abuela desde su mecedora, cada vez que le pedía algo para el dolor de tripas.
Él amaba a mi madre , pero su trabajo era la verdadera pasión  de su vida. Además, el hecho de rechazar un proyecto de éxito asegurado suponía dejar que otro mordiese el señuelo. Y para pescar, había que ser pescado primeramente, solía repetir con seguridad.
-Si dejo pasar esta firma, lo lamentaré Ana. Cuando esto acabe, no me separaré de ti ni un solo segundo-explicaba con cálido temple.
Fueron las palabras que mi padre le decía a mi madre mientras tomaban su copa después de cenar. Lo hacían desde que tengo uso de razón, tal vez desde siempre. Era como su ritual. Una copa y una extensa conversación con su amado hasta que el sueño se apoderase de sus mentes y les impidiese pensar con claridad. El sueño y, claro está, los graditos de ese licor digestivo que degustaban con cierto regodeo.
-No te apures cielo. Yo nunca me enfado contigo y lo sabes. El trabajo es el trabajo. No me gustaría que Nat consumiese sus vacaciones haciendo lo de cada día, sólo es eso-Le contestó ella con ese talante tan apacible que la caracterizaba.
Eso fue lo último que escuché desde el comedor antes de ir a dormir.
A la mañana siguiente, Fede me despertó con el desayuno en la habitación; y por su rostro iluminado y sus grandes ojos clavados en mí, pude intuir que algo que me iba a gustar mucho, estaba por llegar a mis oídos. Ahí comenzó mi aventura con Hastell.

-Señoritas, ya estamos en el Rush-Comentó alegremente el conductor del taxi mientras tiraba con severa brusquedad de la palanca de freno.
Aquel golpe seco me hizo volver al presente, como si despertara de un largo periodo de coma.
Ya casi no llovía, pero el cielo era toda una estampa de grises y claros, que avecinaban una noche algo movidita. Pagamos la carrera, más o menos a medias, y nos despedimos de nuestro fugaz acompañante.

“Casi se hacen íntimos“-pensé. En todo el camino hubo ni el menor ápice de incomodidad. Todo lo contrario. Parecían dos amigos que llevaban tiempo sin verse y ansiaban contarse algún que otro detalle de su pasado.
Al llegar al Rush, me pareció que llevaba una eternidad sin tomar su cremoso café, sin ver sus gentes yendo y viniendo durante toda la tarde. Era el café-bar más conocido de Hastell, no sólo por su ambiente, cercano e íntimo, sino por las fascinantes exposiciones de pintura y fotografía que cautivaban a todo conocedor de la materia en cuestión. Su decoración era algo vanguardista. Siempre que pasabas por allí te sorprendían con algún cuadro nuevo de nuestros pintores más atrevidos o algo de mobiliario exclusivo de los mejores y más excéntricos diseñadores.
Al cruzar la entrada del local, pude sentir su inexplicable aroma a dulzón y calor. La mesa de billar situada al fondo, con luz atenuada para crear más ambiente a sus eufóricos combatientes. Sus grandes y ostentosos cuadros colgando de sus interminables paredes blancas, que le daban ese toque de castillo de la edad media. Unos grandes ventanales donde asiduos a la lectura podían pasar infinitas horas con un único licor , sumergidos en esa historia que tenían entre sus manos y sin mirar ni un solo momento al mundo exterior que les brindaban sus impecables cristales.

Pasamos hacia el salón derecho, que pareció ser, fue donde a esa niña caprichosa y sin educación le apeteció decidir. Yo la seguí sin más  pues no era motivo para llevarle la contraria; absurdas discrepancias del orgullo, asentí.
El último rincón, cerca y lejos de todo su entorno, resguardado entre diminutos sofás unidos por una endeble mesa de acero donde reposaba una vela de cristal. Allí se dejó caer con un desparpajo natural y contagioso.

-Bueno, pues ya estamos a salvo. Que llueva todo lo que le plazca.
-Pues si, ya tengo ganas que llegue el invierno.
Me resultaba inevitable despojarme de mi desvergonzada distracción; la novedad y su belleza me llenaban de un leve resquemor.
-Hola chicas, ¿qué van a tomar?
El camarero irrumpió mientras me miraba descarado; alcanzando a reconocerme, imaginé-. Nat! ¿cómo estás, preciosa ?, hace tiempo que no te veo-dijo sorprendido y apurado por su escasa atención.
-Muy bien, Tj. A tomar algo con una amiga. Tráeme lo de siempre, por favor-Detuve su entusiasmo de un plumazo, pues cada vez que me mostraba amable o simpática, tenía que aguantar sus piropos inapropiados y de mal gusto.
-Yo quiero lo mismo, gracias.
Tajante y clara, así se mostró ante la escena pegajosa que decoraba aquella conversación.

Pareció ser, que Tj captó bien la indirecta y se marchó algo desolado. Siempre se comportaba igual, me torturaba con su ingrata presencia y, aún peor, con su humor absurdo y sátiro, para acabar sacándome tanto de mis casillas  que le acababa dando una patada en el culo con alguna de mis  descaradas frasecitas, con las que mi padre seguramente se echaría las manos a la cabeza si fuese testigo.
Tras ese fuerte empujón de descaro contra él, y de caridad para mí, me inundó una sensación de halago; una sonrisa y una mirada cómplice que ya tenía ganas de regalarle acompañaron a mi agradecimiento.

-Gracias por la ayudita.
-Emma, me llamo Emma. Y las gracias déjalas para las monjas.
Encendió un cigarrillo y me ofreció su pitillera casi sin mirarme.
No solía fumar casi nunca, pero aquella tarde de sorpresa y ocultación lo merecía.
Por fin me había dicho su nombre, ya había empezando a pensar que no tendría.
Su mirada era limpia, sincera, pero algo me revelaba que reservaba un temperamento un tanto especial; la chispa de sus ojos, me descubría que debía consumir la vida de forma algo alocada. Justo todo lo que faltaba en mi vida parecía tenerlo ante mis ojos.

-Ya creía que no me dirías nunca tu nombre-susurré.
No pude evitarlo. En vez de coger el encendedor y servirme, hice lo que me apetecía de veras. Sujeté su mano suavemente pero reteniéndola a mi antojo y, sin que resultase descarado, prendí lentamente el pitillo. Necesitaba sentir su piel, sólo un segundo. Esa piel morena y acaparadora que me provocaba un deseo desorbitado. Una fina capa de células que avivadas por un intenso oleaje contagiaban la frecuencia de mi respiración a ritmo de olas.

-Bueno, pues ya lo he hecho… más vale tarde que nunca-y haciendo gestos con los dedos, simulando  dos marionetas, dijo con voz algo ñoña-: ¡Nat, Emma, Emma, Nat, encantadas!
Por un segundo, volví a hacerlo. Sucumbí a sus encantos y me dejé llevar por sus gestos y su cara aniñada mientras montaba ese inesperado teatro, al que mostré toda mi atención como si de una obra de Shakespeare se tratase.

Emma, del germánico grande, fuerte; del griego amable. De naturaleza expresiva y emotiva, práctica, de talento natural. Si el libro que me había comprado Sara el año pasado por mi cumpleaños, sobre el significado de los nombres, estaba en lo cierto, tenía ante mí a una chica a la que merecía la pena conocer.
Así que por qué luchar contra las leyes del universo.
Yo sólo debo fluir, sólo debo fluir, me repetí varias veces mientras su rostro, riendo a carcajadas, se dibujaba ante mis ojos para recordarme que no era momento de esconderme tras mis vagabundos pensamientos.

Reímos durante un rato por lo absurdo que nos resultó la escena , y más, cuando nos percatamos que la pareja que se encontraba en la mesa de al lado parecía divertirse con el teatro improvisado de Emma, y no pudieron disimular mostrar agrado.

El camarero se acercó para dejarnos sobre la mesa la comanda, y se marchó velozmente simulando estar muy atareado y no mostrar así su herido ego.

-¿Qué hemos pedido?
Su voz sonaba entrecortada mientras secaba las lágrimas que  escapaban  por su mejilla; se puede llorar de la risa.
-Tequini.
Esta vez mi voz recobraba vida y mostraba algo más que pasividad; mostraba malicia ante el explosivo mejunje que estaba a punto de degustar. Levanté mi cóctel a modo de brindis y le guiñé un ojo  dando por dedicado el sorbo.
-Por la gran acogida de tu obra -celebré.
-Por mi público, y alzó la copa halagando a sus espectadores.

Dimos un buen trago de ese brebaje tan placentero, que parecía calmar las bestias que residían en nuestro interior; bestias, que cayeron presas de un desconcierto desbordante, que el misterio de aquel encuentro provocaba en ellas.

Recordé haber acabado bastante mal tras tres o cuatro de éstos en varias ocasiones, pero no podía resistir la tentación de consumir varios cada vez que me dejaba caer por esos mundos sociales.

-Guau, ¿esto qué es? ¿Una pócima?-Su rostro adoptó un aspecto áspero, pero  lo acompañó de una placentera cata.
-Es un cóctel de tequila, vermouth y tabasco. ¿Te gusta, verdad?
-Mucho, lo que más el tabasco.
-Ya me lo dirás cuando lleves unos cuantos-objeté algo sobrada.

Pasadas ya un par de horas, esclavas de una química que nos unía sin control alguno, los Tequini llegaban a la mesa y se iban como si escapasen por un desagüe . Mantuvimos una extensa conversación sobre el tema iniciado en el pinar, sobre lo inerte y lo vivo. Fantaseamos sobre la posible vida existencial de gnomos y hadas, donde parecíamos estar de acuerdo hasta en la voz que esos maravillosos seres tendrían. Esto último, tal vez debido a nuestra embriagada mente en la que todo parecía ser posible.
La verdad es que me resultaba extraño conversar durante un largo espacio de tiempo con una completa desconocida, de la que tan sólo sabía que era de mente profunda, estilo de vida liberal y filosófico, que le encantaban mis Tequini y que era una payasa de aupa. A pesar de tanta incertidumbre y sin saber por qué, no sentí la necesidad de interrogarla como merecía la ocasión. Moría de ganas de saber qué hacía en Hastell o si la acompañaba alguien. Necesitaba saber de ella, pero algo hizo que no me preocupase por nada. “Fluye Nat“, resonaba, nuevamente, en mi cabeza.
                     
Tras una pausa para ir al servicio, se sentó a mi lado poniendo como excusa que había un chico en la barra que la incomodaba con sus insistentes miradas, o al menos eso pensé yo, pues no me preocupé en comprobarlo.

-Vaya pedo llevamos, ¿no?-me dijo sonriendo.
-Pues si, pero vamos, que yo puedo con otro, ¿te atreves?
-Nena, ¡aún no has visto nada!-Alzó sus brazos como si fuese una concursante de halterofilia y mostró sus músculos, orgullosa. Luego se contagió de una voz varonil algo forzada-Are you ready?-. Y acto seguido, se tronchó de la risa, incapaz de mantener aquella postura exhibicionista  en la que mostraba tanto empeño en soportar.

Tomamos una más, la última, le advertí. Llegado este punto, parecíamos habernos deshinchado y no sabíamos muy bien sobre qué charlar. Alguna que otra banalidad, fue suficiente para mantener la magia que nos rodeaba desde que nos habíamos sentado en aquellos cómodos sofás.

-¿Te gustan las mantis, eh?
No podía entender de dónde había sacado esa información, de la que sólo los más allegados eran conocedores. Entre tanta confusión que me producía estar a altas horas de la madrugada rodeada de humo, música y alcohol , alcancé a recordar que justo minutos antes de que irrumpiese en mi soledad me encontraba disfrutando de uno de estos insectos.
Con esto y dándome prisa para que no se notase demasiado mi asombro, apuré a acertar que debió pasar un buen rato observándome en silencio, antes de darse a conocer.

-Si, me encantan… veo que eres bastante observadora.
-Pensarás que soy una descarada, pero te vi tan entusiasmada que temí estropear tu momento.

Me estaba pidiendo disculpas o estaba justificando su grosero comportamiento en el bosque, lo desconocía, pero tampoco pensaba preguntárselo. Ofendida por su descaro e incitante conducta, apuré a reconocer bajo llave, oculto de lo que quería pensar, que aquella situación me gustaba más de lo que pudiera llegar a imaginar. “El morbo que siempre gana a tantos años de educación y buen saber estar“, pensé acalorada.

-No te preocupes, no me ha molestado-Una vez más, me apresuré en mi manera de mentir sin pensarlo. No tenía por qué hacerlo, no le debía nada, y si mi intención era sacar, al menos, una buena compañía de amistad en aquel final de verano, estaba jugando sucio. O tal vez, me sentía inconscientemente engañada y esa era mi forma de jugar aquella partida sin reglas que ella había iniciado-.Bueno, ya sabes algo de mí-le dije algo indignada y haciendo notar que estaba deseando que se interesase por mí  de una vez por todas.

Ya casi a punto de terminar con nuestro último sorbo, noté que se mostraba algo seria. Su rostro revelaba cierta preocupación.  Introdujo su mano en aquel pantalón vaquero que, por cierto, le quedaba como a la diosa de los jeans, y sacó su móvil.

Algo me decía que la esperaba alguien.

“¡Cálmate Nat! Puede estar de vacaciones con sus padres o con unas amigas que la andan buscando“. Siempre tan nefasta, no pude evitar venirme abajo. Toda la euforia provocada por el tequila y compañía, me estaban empezando a hacer sentir el segundo e inevitable síntoma  del efecto del  alcohol. Todo lo rosa se volvía gris y cada vez la sentía más lejos. Parecía que todo hubiera sido un sueño, nuestras risas, nuestros brindis de soldados, ruidosos y rudos, nuestras conversaciones rocambolescas…. ¿dónde quedaba todo eso?
Una voz de fondo interrumpía mi monólogo, haciéndome volver sin paracaídas y con un malestar de estómago tremendo.
-Nat… Nat, ¿estás bien?
Me zarandeó durante un instante y, al ver que seguía en mi inquebrantable burbuja, se asustó. Sin más, me volcó el agua de un vaso que había en la mesa de al lado.

-¿Pero qué te he hecho yo, loca?-le dije sin pudor alguno, y quitando total importancia a esos segundos de ausencia.
-Me has asustado.
Golpeó mi mejilla de forma inocente y mostrando un sincero arrepentimiento por el baño propinado, me regaló un beso en el hombro. Ese beso. Ese gesto inocente, con el que los seres humanos nos mostramos el cariño y el afecto. Ese símbolo, con el que se sella el amor en un altar. Ademán del inicio de una amistad o una aventura, haciendo de él, casi el primer contacto húmedo entre esas dos personas.
Todo mi cuerpo se erizó en su totalidad.
Dejándome llevar por mi dilatada imaginación, sentí sus labios recorriendo todo mi cuello, sin dejar apenas espacio que quedase sin ser besado. Desperté de esa nube de fuego de la que no quería salir y me encontré con aquella sonrisa. La luz que mi alma ansiaba encontrar desde que Doia la había abandonado. La tenía a tan sólo medio metro y era tal la fuerza que nacía dentro de mí que sólo ansiaba sumergirme en su boca. Pero esa vez, sólo acerté a devolverle la sonrisa lo más cordialmente posible que mi refinada educación había conseguido infundar en mis veintiocho años de vida.

Mientras nuestras miradas se descubrían sin entender demasiado bien lo que la mente  ordenaba, el mundo exterior dejó de tener cabida. Todo parecía indicar que en cualquier momento el tiempo se pararía para nosotras, si no se había parado ya, para dejarnos conocer ese secreto que sólo nuestras miradas compartían. Tragué saliva, me mordí levemente el labio inferior y dejé que mis pupilas, dilatadas y enajenadas, le comunicaran ese deseo de comerle a bocados sus rosados labios.

-Bueno, va siendo hora de marcharse, ¿no crees?-Se dejó caer sobre el respaldo de mi sofá algo violenta, dejando tras de sí un agrio sabor.
-Será lo mejor-contesté inapetente e intentando disimular que ese acalorado momento de deseo incontrolable había sucedido de verdad.

Pedimos la cuenta e hice una última visita al aseo. Necesitaba abandonar el bullicio y quedarme un momento a solas. Me refresqué el rostro con un poco de agua y arreglé aquel peinado  desastre que esa noche  de locura y risas me había ocasionado. Me percaté de la leve borrachera que tenía mientras me  secaba las manos antes de volver a la mesa. Ya algo recompuesta del leve mareo que me había producido mi aventurado paseo al lavabo, me sentí inundada de recuerdos. Atrapada en ese oscuro pasado del que caía presa cada vez que me dejaba llevar por el placentero hobby de refrescar mi paladar y mi alma con Tequini. No pude evitar sentir que Doia podría aparecer en cualquier momento, dolida por mi comportamiento adúltero e insolente.
Sentí miedo. Miedo a que volviese a mi vida. Me daba pánico pensar que todo sin ella podía ser mejor.
Desde que apareció en mi vida pensé que ya nunca nadie sería capaz de despertar en mi ese alboroto de sensaciones desenfrenadas; un torbellino que me arrebataba el control de mis deseos, de mis creencias y hasta de mi persona. Siempre admiraré la sinceridad con la que me solía hablar, o más bien engatusar, cuando me encontraba camuflada entre sus sábanas. A menudo, decorando cada palabra con la que conseguía dejarme sin fuerzas para contestar. Derrotada por ese amor con el que ocupaba todo mi ser sin pudor alguno.
-Nunca nadie te amará como yo, y lo sabes, princesa.
Esa era la frase con la que me acunaba después de hacerme el amor como nunca nadie lo había hecho antes. Aquella historia empezó el primer día de unas vacaciones en Hastell y, aunque sólo fueron unos meses de relación, juro que consiguió llenarme de vida; hasta que terminó en un áspero suspiro uno de los últimos días de aquel verano.

Armada de valor y simulando que todo en mi interior andaba bien, decidí volver con Emma. Si tardaba demasiado sería capaz de bañarme con lo primero que tuviese al alcance de sus impulsivas manos, cavilé divertida.
Eso me gustaba, y mucho. Su impulsividad a la hora de afrontar la vida, original y carente de sopor. Tal vez con temidas consecuencias, pero ese espíritu inquieto del que presumía sin intención alguna, movía algo dentro de mí que me enloquecía.
Al llegar al salón, donde cada vez íbamos quedando menos trasnochadores, me percaté que estaba en la barra intentando zanjar la cuenta mientras mostraba una brutal torpeza al atinar con las monedas. Parecía comentar algo al camarero mientras señalaba al interior de la barra.
-De eso nada, guapa. Los vicios se los paga una.
Irrumpí bruscamente en aquella escena evitando que cargase con la cuenta.  Con un gesto suave pero tenaz, le cerré la mano donde contenía la calderilla mientras ofrecía mi billete al camarero.
Una vez más, su rostro volvió a cambiar. Algo no iba bien. Yo lo notaba. Y esa vez no me quedaría con la duda. Me armé de una seguridad poco habitual en mi persona y empleé un tono fraternal que no supe de dónde provenía.
-¿Ocurre algo Emma?
Mostrando disimulo y sin dar importancia a su repentina apatía, me explicó apurada que sólo disponía de un casco y tenía la intención de acercarme a casa en moto.
Una vez más, mi tan acertado y precoz juicio destacó. Lo sabía, seguro que me encontraba ante una loca de las motos. Un espíritu salvaje, capricho de la necesidad de sentir la velocidad en sus venas. Antojo de una afición digna de admirar y compartir. Ya estaba deseando sentir su cuerpo entre mis muslos y rodearla con mis brazos simulando sentir un imponente respeto a la velocidad.

-No te preocupes, cojo un taxi.
Contesté conformista, pero deseando que insistiera en llevar a cabo su idea para acabar siendo arrastrada por lo que realmente deseaba; ir con ella y empotrarla junto a mí con deseo.

-Es lo menos que puedo hacer, así que no se hable más.
Mostraba tozudez y no iba a ser yo quién luchase contra ello; la dejé decidir.


lunes, 18 de noviembre de 2013

¡Comienza la aventura!

¡Bienvenid@s a todos!

Si habéis ojeado un poquitín mi blog sabréis que soy escritora novel (me gusta auto-nombrarme así aunque aún no he publicado oficialmente mi primera novela, jeje). Hace algún tiempo terminé "De lo Inerte nace la Vida" pero por falta de medios no he podido elaborar mi blog hasta ahora. Pero bueno, aquí está y estoy deseando compartirlo con tod@s vosotr@s.

A pesar de que la novela está  ya acabada, mi idea es ir publicándola por partes para ir viendo vuestro interés. Aún no puedo comprometerme a establecer un periodo de tiempo entre una publicación y otra, pero estoy segura que con vuestra ayuda y colaboración conseguiremos marcar fechas cada vez más precisas. 

A la vez, y según me vaya surgiendo, iré añadiendo algún que otro relato que ya tengo entre manos. Os dejaré colaros entre mis pensamientos más sinceros y ausentes, que poco a poco irán brotando bajo las yemas de mis dedos para ir acercándoos un poquito más de mí. Imagino que me irán surgiendo más cositas para compartir... qui lo ça?

Deseo que esto sea el comienzo de una larga y profunda historia entre tod@s vosotr@s y la aquí presente.

Muchas gracias por elegirme...