martes, 6 de mayo de 2014

La primera escena de sexo entre nuestras chicas...

¿Recordáis la primera vez que Nat y Emma se funden entre las sábanas? Aquí os dejo el trocito del encuentro para que lo reviváis... "un poquito de placer para este martes soleado...jejeje"

´´Dejamos las colillas en el cenicero del escritorio y nos dejamos llevar por una corriente de brío y desenfreno, donde tan sólo había cabida para un forcejeo de nuestras lenguas que, impacientes, se fundían entre sí en aquel oscuro cielo de mi boca. Luchamos enérgicas, la una con la otra a modo de pelea, hasta caer rendidas sobre la cama. Emma se situó sobre mí y, sujetándome las muñecas ligeramente, me devoró el aliento  caprichosa de sus deseos. Nuestros cuerpos danzaban al compás de nuestra respiración, sin reparar en nuestros ropajes. Nos abrazábamos violentamente sin dar tiempo a que, ni tan siquiera, una mínima partícula de oxígeno se colase entre nosotras para separarnos. Las sábanas se anudaban bajo nuestro festín advirtiendo fundirse tras tanta fricción.
Yo, me encontraba con los jeans a medio desabrochar y el sujetador negro de tacto aterciopelado humedecido por aquel susto, supuestamente fantasmagórico, que provocó que me derramara el agua por encima. Emma, en cambio, aún vestía una blusa negra de algodón, que unos diminutos botones del mismo color la mantenían, pese a mi deseo, cubriendo su voluptuoso busto. Como no, sus jeans lavados a la piedra, azulados como un día triste de verano, bien apretados, insinuando ante mi unas nalgas que, por suerte, ya había podido disfrutar en el pantano. Sus manos liberaron a las mías y acto seguido se apoderaron de mi cintura, que entre lamidos y caricias, cada músculo de mi vientre quedaba sobrecogido. Yo le sujetaba aquella melena oscura y suave, que desprendía un cálido perfume a flores orientales que resultaba de lo más exótico y sensual.
Nuestras miradas recitaban poesía, mientras cada poro de nuestra piel se impregnaba de cada verso.
Delicadamente, la induje a que cambiáramos los papeles y me dispuse a ser yo quien llevara las riendas del juego por unos instantes. La tumbé bajo mi cuerpo y la sentí más mía que nunca. Desabotoné su pantalón súbitamente y quedó ante mí, cubierta tan sólo, con un tanga de lo más acertado para la ocasión. La miré confidente y sentí sus manos empujando con descaro sobre mi cabeza y conduciéndome directas a su sexo.
Me moría de ganas por beber aquel manjar que debía de ser toda una fuente de licor. Pero en el último momento, escapé de su insistencia y me escurrí por sus estilizadas piernas.
De rodillas sobre la cama, me despojé de los pantalones como pude y quedé en ropa interior frente a ella.
Su mirada fue todo un poema. Su rostro travieso y seductor lo era más aún y mis deseos aumentaron por momentos al percatarme de esa pícara inocencia con la que me hechizaba. Repté hacia su rostro y clavé mis ojos sobre los suyos.

-Me vuelves loca, Emma-susurré agitada.
-Bésame-exclamó sin voz.

La besé más delicadamente. Esta vez, apenas rocé mis labios con los suyos. Desabroché el envoltorio de sus pechos y me  dejé llevar por aquella golosina firme y de tremenda suavidad al tacto de mis manos. Jugué a mi antojo con ellos, lamiéndolos con discreción hasta tener ante mí dos volcanes embrujados de placer. Entretanto, ella se aventuraba a quitarme el sujetador mostrando una torpeza infinita por la que reímos a carcajadas, dándole un descanso a nuestro palpitante sexo.
Todo estaba resultando de lo más natural e íntimo. El pudor se había marchado con aquellas risas que rompieron el fino cristal que mantenía a Emma contenida y tímida. Ambas, comenzamos a revolcarnos entre las sábanas, abrazadas, y sedientas de lujuria y sexo. Nuestras pelvis comenzaron a golpearse a ritmo de oleaje, deseando que nuestros tangas se evaporaran por arte de magia y sin necesidad de interrumpir aquel ferviente baile. Viendo que seguía ciegamente mis pasos, sujeté su mano con firmeza y la deslicé por todo mi cuerpo, invitándola a sumergirse bajo mi ropa interior sin miedo al rechazo.
La observé mientras gemía de placer ante aquella novedad y me desvanecí ante su rostro excitado y sus dedos mágicos entre mis piernas.
Continué su marcha y, en cuestión de segundos, nos encontrábamos penetrándonos la una a la otra, cabalgando sin control. Mis  rudos dedos ardían dentro de ella, sintiendo cada milímetro que acariciaban el interior de su ser y arrastrados por una humedad envolvente que hacían que se moviesen prácticamente solos. Tras esos minutos de alocado desenfreno, conseguimos alcanzar el orgasmo que nos acabase de fundir en un único ser. Mientras nos mirábamos, casi inconscientes y desbordadas por una sensación sobrenatural, y sencillamente perfecta, entendimos que aquel encuentro no tendría final.``

De lo Inerte Nace la Vida